Animal oculto


Mi cuerpo, como el de mi padre, estaba cubierto de lunares. Cientos, miles de lunares. Una infinita constelación de puntos negros y marrones, grandes, pequeños, imperceptibles lunares algunos de ellos.
Un mañana descubrí una magnífica rata sobre la parte interna de mi muslo izquierdo.
Con una lapicera de tinta negra uní la serie de quince puntos que formaban su cuerpo y allí estaba ella, tan hermosa con su larga cola descendiendo hasta la mitad de mi pantorrilla y su cabeza apuntando a mi entrepierna como a punto de morderme los testículos.
De a poco fui encontrando otros animales en diferentes partes de mí.
Un tigre acechaba sobre mi antebrazo derecho, con sus rayas y sus bigotes y sus dientes. Sobre uno de mis hombros, marchaba altanero un pequeño elefante con una graciosa trompa y una sola y enorme oreja que llegaba casi hasta mi tetilla. Dos tenebrosos búhos con sus alas desplegadas envolvían mis tobillos y una cebra y un león entrelazados en mi vientre, luchaban por sobrevivir. Un lince dormitaba sobre mi cuello, un perro sin sus dos patas delanteras se arrastraba por mi pecho, mi espalda fue el desértico territorio de una manada de búfalos y mi cara se abría en pedazos y remontaba vuelo con una bandada de gorriones atorrantes.
Este bestiario me habitó durante años hasta que comencé a desintegrarme por las noches.
Los médicos desconocen el origen de la extraña enfermedad y no han logrado detenerla.
Simplemente una parte de mi cuerpo desaparece sin dejar rastros ni dolor.
Primero fue mi brazo derecho y su tigre. Más tarde mi pie izquierdo y su delfín y luego el otro con su soberbio caballo. Siguió mi pierna izquierda con sus dos rinocerontes, su halcón, su serpiente de cascabel, su gato y su cangrejo, su rata, mi favorita. Al tiempo mi otra pierna con sus ciegos monstruos marinos. Los dragones de mis sienes.
Mi pecho, mi vientre, mi espalda. Mi mano izquierda y mis brazos, mis ojos, mi nariz y mi frente.
Unos días antes de quedarme sin ojos, todavía con mis manos y tal vez con una de mis piernas, no lo recuerdo bien, encontré una vieja foto donde aparece mi padre llevándome en sus hombros por las arrasadas playas de Galván. Con la ayuda de una lupa pude descifrar un enorme oso sobre su pecho. Me pregunto por qué no he tenido yo ningún oso en mi cuerpo. Es extraño. Nada me hubiera gustado más que tener un oso como el de mi padre sobre mi desintegrado pecho.
Esta noche sólo soy mi boca y mi corazón en mi mano derecha y tal vez mañana por la mañana sea nada.

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