Mis guitarras y yo


La comparación entre guitarra y mujer es una injusta y torpe metáfora a la que suelen recurrir dudosos románticos de escasa imaginación. Una guitarra no se parece en nada a una mujer, a menos que a uno le agraden las mujeres con entrada única protegida por amenazadora reja de acero flexible. Para empezar, tengo varias y ninguna se queja. Hablo de guitarras, claro. Son relativamente fáciles de afinar y, en cualquier lugar, por inhóspito que éste sea y bajo cualquier circunstancia, siempre se las puede hacer sonar con idéntico y satisfactorio resultado. Una guitarra se mantiene guitarra y no se transforma con el paso de los años en un violoncello y luego en un contrabajo.
Las guitarras me obedecen. Cuando miento o exagero, se divierten conmigo y me siguen la corriente a carcajada limpia. Cuando soy sutil y delicado, ellas son dulces, comprensivas y pacientes y en lo mejor de una bella variación no me fastidian con la cuenta de luz o de gas.
A mi guitarra preferida, que la tengo, hace años que no le cambio su gastada funda de cuerina negra y sin embargo sigue siendo la más elegante y glamorosa de todas. Cuando la veo y la escucho en brazos de otros hombres, me muero de amor y de celos, pero sé, íntimamente, que no se entrega a ellos como lo hace conmigo. Nunca, pero nunca la he olvidado en un bar y jamás he sentido deseos de estrellarla contra una pared. Definitivamente una guitarra es lo que es: una maravillosa y mágica comunión de madera y cuerda.
Yo las amo así, tan parecidas a una mujer perfecta.

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Sobre un Diario Intimo y un decálogo para cantores



El siguiente texto es parte de un maltratado aunque no muy viejo diario íntimo, que encontré tirado (ambos, el diario y yo) sobre la vereda del mítico cabaret “El tiburón” de Ingeniero White en una de aquellas salvajes noches de ronda.
Lo firma un tal Pichón Lavignasse.
Por lo que se ve, músico y poeta el hombre, y seguramente, a juzgar por su lúcido decálogo que transcribo al final, también cantor. O todo eso junto. Lamentablemente, en ese diario no hay registro alguno de su supuesta obra o de parte de ella. He buscado su rastro, pero nadie sabe de él.
Hago mías sus palabras.
D.R
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Podríamos decir que la matriz de mi música y mi poesía es el tango. Podríamos decir también que cuando me desperezo y me desmadro, hago otra cosa, un bello y condenado engendro que patea y muerde cuando se lo quiere meter en caja.
Inclasificable, dicen los que me quieren.
No diré lo que dicen los otros.
Pero hablemos de Tango.
Aseguro yo que el Tango no ha muerto como pretenden sus eternos viudos y viudas, esos que lloran su muerte a medida que desaparecen sus cantantes, poetas o músicos favoritos. Para esta gente y muy a su pesar, les traigo muy malas noticias: les comunico, yo, el Pichón Lavignasse, que el Tango está bien vivo y coleando, claro que no habita en el lugar que le han reservado los gurúes de su reencarnación.
El luto me queda mal y tal vez sea por esa simple y mezquina razón que jamás seré uno de sus deudos. Es más, así como me ven, soy su pretendiente más amoroso y ardiente y no pierdo oportunidad de fecundarlo, a veces en contra de su voluntad cada vez que…(Aquí la tinta corrida y algún borrón torna ilegible este parte del manifiesto)
Sigue…

Se muy bien que en esta milonga tengo reservada a la más fea, ahí, esperando sentadita en un rincón. Y por supuesto que le haré el honor, qué joder, que acá hay para todas y además terminan siendo las más dulces y agradecidas, pero les confieso que también quiero apretarme aunque más no sea por una noche a la rubia Mirella sin tener que preocuparme en eliminar al guapo Rivera, que chamuya como los dioses, pero es sordo, está enfermo de celos y labura de director artístico en un sello discográfico, o sin tener que andar vigilando de reojo entre beso y franela a sus alcahuetes de turno, críticos y programadores musicales todos ellos.
Sólo busco un poco de paz y de diversión.
Mientras tanto, trato de escaparle a los amaneramientos, afectaciones y clichés típicos que le han adosado al Tango y por eso, en este sencillo y emotivo acto, yo, el Pichón Lavignasse, declaro que:

Estoy harto de la nostalgia paralizante que exudan los paisajes físicos y emocionales desaparecidos hace rato ya y sin remedio.

Estoy harto de los metafísicos peluquines ninjas de los cantantes de zapatos de charol con el juanete cuarteado de tanto sostener esa nota que te romperá los tímpanos y te hará explotar en las manos el vaso de whisky.

Harto de los músicos que se sientan a revolucionar el Tango al grito histérico y pelado de “maten al cantor”
(Por otra parte… cara de qué pone un tipo que se sienta a revolucionar el Tango?)

Harto de los bailarines que solo quieren mover sus cuerpos al ritmo de una música eternamente fotocopiada.

Estoy harto (y tal vez especialmente harto) de los rockers que se avivaron que ya no garpa la campera de cuero ni las canciones-consejo de vida onda tu mente-mi mente y entonces le dan al tango en el hígado porque… ¨sabés lo qué pasa loco? El tango es la música que acunó mi infancia viste…¨

El tango es grande y generoso y yo no soy quién para picarle el boleto a nadie pero tampoco permitiré que me quieran arrojar por la ventanilla.
De modo que en medio de este insólito y maloliente apretujamiento, digo, con serena media voz:

Ni el canto desgarrado al adoquín perdido, ni la oda pretenciosa y altanera al mouse y al transplante de rostro.

Ni tango satelital ni tango a galena.

Ni tango-crónica ni Sci-Fi tango.

Ni las veredas que yo pisé ni los anillos de Saturno.

Y nada más.
Cualquier problema, yo, el Pichón Lavignasse, turbio y arisco, los espero en la esquina.


Decálogo para un cantante de tango (Por el Pichón Lavignasse)

1. Un cantante de tango deberá afinar.

2. Un cantante de tango deberá interpretar las letras cantándolas.

3. Un cantante de tango deberá desencadenar una pequeña tragedia con todos sus elementos en cada canción.

4. Un cantante de tango nunca olvidará que un tango dura lo que dura más tres segundos antes y tres segundos después.

5. Un cantante de tango deberá ser carnívoro.

6. Un cantante de tango deberá tener sonrisa y mirada de fin de fiesta.

7. Un cantante de tango deberá comprender que su voz y su gestualidad son únicas e intransferibles. Deberá descubrirlas y expresarlas con mesura. Menos es más, siempre.

8. En el escenario un cantante de tango deberá cincelar su autenticidad con el cincel del farsante.

9. Existen dos clases de cantantes de tango. Los yernos que toda suegra quisiera tener y los del tipo:¨Nena, ese hombre no te conviene¨.
Un cantante de tango deberá pertenecer a esta última especie.

10. Cuando al realizar un trámite o al participar en una conversación entre desconocidos, alguien le pregunte por su profesión, deberá responder, sin vergüenza ni orgullo: ¨Cantor¨

http://youtube.com/watch?v=MTPsisxVy_E

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