Con las manos vacías y ya rumbeando hacia la camioneta, el edificio se les ofrece con descaro. La puerta principal se abre a su paso invitándolos a ingresar.
Se cayó el sistema, Gordo, dice el Negro y se cagan de la risa.
Hay alguien en casa?!
Vieja ya llegué!
Silencio burlón y compadrito.
El directorio se tomó el olivo, los ejecutivos de primera línea confabulan en los bares de la zona y beben martinis, los de segunda sueñan en sus casas suburbanas, las secretarias están cogiendo entre sí, los empleados de limpieza se convirtieron en polvo y el personal de seguridad voló por los aires.
El negro y el gordo recorren la planta baja. En lo que parece ser la sala de reuniones, una enorme mesa oval de madera brillante con el cadáver de un hombre en su centro ocupa toda la habitación. Es un hombre joven, de unos cuarenta años. Excelente traje, prolijo corte de pelo, cuidadas manos, bellos rasgos, buen perfume. Un líquido amarillento se le sale por la nariz, le corre por el pómulo izquierdo y cae espeso sobre un pequeño escudo verde en la solapa de su saco. El gordo se sube a la mesa y hace girar el cuerpo de una patada en el estómago. Mientras, el negro decide que allí no hay nada que valga la pena.
Sigamos ascendiendo en la empresa, gordo.
En una oficina del primer piso encuentran una botella de Jack Daniel´s.
Sobre el escritorio un cartel dorado con letras negras informa la identidad de su titular: Ernesto Troncoso. Hay una foto familiar. Troncoso, su mujer y su hija.
Este tipo no parece ser muy troncoso que digamos, dice el gordo y escupen el whisky de la risa.
Che, vamos a meterle pata, ya veo que nos hacen cargar con el coso ese todavía.
Tranquilo gordo, lo mataste vos? Lo más probable es que se haya muerto de un ataque al corazón cuando se enteró que lo echaban a la mierda. Se reunieron en pleno para darle la noticia y ver cómo el pobre infeliz se retorcía frente a ellos hasta morir. Después se fueron todos de vacaciones.
El ascensor se desplaza a una gran velocidad. Se miran en los espejos y boxean hasta llegar al último piso.
La puerta de metal plateado se abre de par en par. Ingresan en un gran espacio vacío. No hay paredes, sólo grandes ventanales. La ciudad se ve como un cielo invertido y ellos son los reyes de la destrucción. Un avión cruza el cielo negro. El Gordo arroja la botella vacía contra uno de los ventanales, rebota y cae parada a su lado. Lo intenta otra vez y de nuevo la botella que rebota en el vidrio y cae parada a sus pies. Ya no se ríen.
Al fin descienden arrasando con todo. Los objetos explotan contra las paredes y los papeles y documentos saltan de sus cajones y se mezclan perdiendo el sentido.
El único dinero que encuentran en el edificio es el que llevaba el tipo de la mesa oval en su billetera. El gordo sale a la calle y regresa al rato en su rastrojera. La estaciona sobre la vereda, con media caja metida en el hall central del edificio. Entre los dos cargan las computadoras, algunos televisores, los zapatos del muerto y el gran sillón que preside la sala de reuniones.
- Negro, viste lo de la botella?
- Gordo, el sillón es mío, está claro no?
- Está claro, negro.
En silencio, cruzan la ciudad.
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