El Carpintero Rojo

En un viejo diario, leo la noticia sobre la muerte del hombre que había sido, según aseguran, El Caballero Rojo, legendario luchador de catch y héroe de mi infancia. En esa nota se revelaban además sus últimas palabras, dirigidas a la mujer que estaba a su lado en el momento de expirar, su mujer.
“Hoy estás más linda que nunca, abrazáme fuerte”, dicen que dijo.
Cosas de la vida, ese mismo día, por la tarde, veo estacionada por ahí una destartalada rastrojera roja con un cartel pintado a mano sobre una de sus puertas promocionando el oficio y la fantasía de su dueño: “El Carpintero Rojo”. Una dirección y un teléfono.
Por alguna razón decidí que necesitaba urgentemente un mueble donde acomodar algunos libros que, hacía unos días nomás, había liberado del cautiverio al que los había sometido mi ex mujer durante quince años.
En vano esperé en mi auto durante más de una hora la aparición del carpintero rojo pero ya tenía su dirección de todos modos. Iría a visitarlo.
Al otro día, muy temprano, toco a su puerta y aparece un hombre diminuto, gordito y pelado, escarbadiente colgando de su labio inferior y cara de turro.
Me dice que qué quiero y yo le pregunto, tentado de la risa si él es el carpintero rojo, el verdadero carpintero rojo.
El pequeño hombre, confundido, me mira reir y se le cae el escarbadiente de su boca y yo me río aún más y el tipo me dice pero qué mierda te pasa pedazo de pelotudo y yo le pido disculpas pero no puedo dejar de mirarlo y de reirme hasta doblarme en dos y escucho que me grita rajá de acá loco de mierda o te recontracago a trompadas y yo me alejo unos pasos por las dudas sin dejar de mirarlo ni de reirme y entonces, por detrás suyo, aparece una mujer con forma de pelota y cara de perro pequinés que le pregunta qué es lo que pasa querido y ahí sí, ahí sí estallo en una carcajada feroz y alcanzo a decir: “pero hoy estás más linda que nunca querida, abrazáme fuerte”, y me tengo que agarrar de un árbol para no caerme al piso. Entonces salen los vecinos de sus casas para ver qué es lo que está pasando y sin poder parar de reir me pregunto por qué estoy allí, en ese barrio apartado, a esa hora de la maldita mañana riéndome de esa pobre gente, de esa mujer y del pequeño frustrado héroe de catch que, al fin, hinchado las pelotas, me toma por el cuello, me practica una terrible doble Nelson y me arroja de espaldas sobre la vereda de tierra mientras la pelota de grasa, arrodillada a mi lado y en un sincronizado movimiento con el de su marido, golpea el piso junto a mi cara tres veces con la regordeta palma de su mano derecha decretando la victoria de su carpintero rojo que me suelta y, orgulloso y altanero, las enormes fosas nasales dilatadas, arqueando su boca hacia abajo y desafiando a todos con pequeños golpes de mentón, se pone a caminar con sus piernitas muy abiertas alrededor de un ring imaginario, golpeándose el pecho y levantando sus musculosos bracitos. Los vecinos gritan y festejan enardecidos la victoria de su héroe y veo cómo se alejan llevándolo en andas por el barrio.
Yo me quedo ahí tirado, con la espalda a la miseria, masticando el polvo de la derrota y llorando de la risa.

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